23 de abril de 2016

Un equipo ciclista de refugiados compite el domingo en Terrassa


Las historias humanas que afectan a los protagonistas de este artículo deberían servir para recapacitar. La bicicleta, el vehículo de sus sueños, y el ciclismo, el deporte donde pretenden convertirse en una estrella, son su escaparate al mundo. Mientras pedalean olvidan que son refugiados, que la guerra de Siria o el caos de Eritrea, los obligó a huír de sus países. Y Mikel Gurrutxaga, un apasionado de la bici, que vive en Idiazabal, tierra de buen queso, los ha acogido durante unos meses en su caserío. El domingo corren en Terrassa.

Abel, Nahom, Firas, Yohana y Awet, entre 19 y 24 años, han visto cosas que ningún padre desearía para sus hijos. Han llegado a Italia, en un barco, desde Libia (barco por llamarlo de algún modo) que casi se hunde en el Mediterráneo. Han sufrido cautiverio en Sudán, deshidratación en el Sáhara y desde hace un tiempo viven, o mejor dicho malviven, en Holanda y en Suecia, donde buscan una salida digna de los campos de acogida, cuya puerta abren cada mañana, si el tiempo y el frío lo permiten, para olvidarse de sus problemas mientras pedalean sobre sus bicis.

Abel, el más pequeño del grupo, 19 años, eritreo, hasta necesita ayuda psicológica, cuenta Gurrutxaga, para olvidar, para superar, el miedo a pedecer ahogado en el Mediterráneo. Y hasta Awet, el mayor del equipo, 24 años, mayor por decir algo, se puede sentir un privilegiado, a pesar de compartir en Holanda una pequeña habitación con otros tres varones, porque fue el único que llegó a Europa en avión, integrante de la selección eritrea que acudió en el 2013 al Mundial de Florencia, aquel en el que Purito Rodríguez y Alejandro Valverde no se pusieron demasiado de acuerdo, para mayor gloria del portugués Rui Costa. Abandonó el equipo y se quedó en Italia.

DE SIRIA A HOLANDA

Porque Firas, 23 años, un prometedor corredor de Siria, no quiso coger las armas, porque su religión le prohibía matar al prójimo, y la guerra en su país, lo llevó hacia el exilio tras un recombolesco viaje que lo acercó hasta Holanda. Y Tom Slott, que ahora los acompaña en Guipúzcoa, los descubrió en su país para fundar el primer equipo ciclista de refugiados, el Marco Polo Team, que durante dos meses comparte caserío en Idiazabal, gracias a Gurrutxaga, que ha conseguido que un grupo empresarial vasco, Nergroup, asuma la manutención de sus chicos, mientras varias firmas vinculadas al ciclismo les han cedido todo el material, incluidas las bicis Orbea, con las que pedalearán el domingo en el Primer Gran Premio Corvi de Terrassa, una prueba que nace para impulsar el ciclismo de promoción.

“En mayo regresan a Holanda, pero en agosto volverán a venir a Guipúzcoa. Aquí, además de la mejora ciclista, reciben clases de inglés y castellano, de informática. No hemos recibido ayuda alguna de las autoridades, al margen de la colaboración privada. Pero no sabemos qué será de estos chicos después del verano, ni de su situación como refugiados… no sabemos qué será de sus vidas, ni como personas, ni como ciclistas”, lamenta Gurrutxaga, quien anteriormente, a través de su ONG, ya había ayudado a chavales etíopes a crecer como ciclistas.

Visto en | www.elperiodico.com

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