Un estornudo y... ¡ya estamos en alerta ante un posible resfriado! Los niños son especialmente susceptibles a los catarros durante la temporada de invierno: además de ser sus una de las enfermedades más habituales -cada niño tiene entre tres y ocho resfriados al año-, las costumbres y hábitos de los más pequeños les convierten en el objetivo perfecto de estos virus, que afectan al aparato respiratorio.
El resfriado se transmite por contacto o inhalación, y suele durar aproximadamente una semana. Lo más importante a tener en cuenta: que la mejor medicina no es otra que... la paciencia. El catarro común no se cura, aunque se pueden paliar sus síntomas, sobre todo tras la consiguiente visita al pediatra para que nos recete la medicación adecuada.
La segunda recomendación para dar esquinazo a los resfriados es directamente prevenirlos. Para ello es importante mantener a los niños hidratados durante todo el invierno, y asegurarse de que beben abundante líquido. Evita los cambios bruscos de temperatura propios de la estación, teniendo cuidado de abrigarles convenientemente, especialmente si van a pasar de un sitio cálido y con calefacción al frío de la calle, prestando especial atención a los pies, cabeza y manos.
La higiene es especialmente importante para mantener a los virus a raya, sobre todo en el cole y la guardería, donde son más propensos a entrar en contacto con niños que puedan estar ya acatarrados. Enséñales a mantener las manos limpias y a estornudar tapándose la boca, ventila los espacios cerrados cuando no estén en casa, y lava a menudo sus juguetes. También es importante pasar algo de tiempo al aire libre, para evitar la concentración de virus.
Por último, la alimentación: introduce en su dieta gran cantidad de alimentos que contengan vitamina C, como naranjas, limones o kiwis, en forma de macedonias o zumos sin azúcar
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